Puro fuego.

Noche de cumpleaños.

Era muy tarde, y me estaba despidiendo de ella como de costumbre, pero esa noche tenía un brillo especial en su mirada. Podía leer claramente, en esos ojos claros que tanto me gustaban, lo que me pedía. Y yo, como siempre, dispuesto para ella. Soy el látigo listo para ser azotado.
No me lo pensé ni un segundo, la llevé a la cama y sin necesidad de hablar se desvistió para mi, y yo con ella. La agarré del cuello y besé esos perfectos labios, devorándolos como si fuera la última vez.
Siempre ansiosa, siempre dispuesta, siempre pidiéndome el cielo y yo siendo la nube que la eleve.
Besé, mordí y lamí cada centímetro de su cuerpo, bajando suavemente a sus extremidades y devorando todo su ser. Mientras ella me tiraba del pelo con lujuria y se preparaba para mí, sólo para mí.
Sintiendo su disfrute, lamiendo y saboreando todo lo que me daba, todo lo que yo le provocaba. Sus orgasmos insaciables, junto con sus gemidos. 
Dios, sus gemidos. Eran el sonido que necesitaba para volverme la llama perfecta.
La llama que prende ese fuego voraz e infinito que sería capaz de arder cualquier ciudad en cuestión de segundos.

A veces no sé si sólo somos esto, pura pasión, deseo, sexo... Porque en ese momento no existe nada más que el placer, el disfrute absoluto. Hacernos enloquecer hasta que no podamos más y aún así seguir queriendo más uno del otro, de una manera inconformista, egoísta e insaciable.
Es mi puta locura, mi maldita droga, su cuerpo es mi vicio y su placer es quién hace que me pierda entre sus piernas.


31 de Octubre 2020